Jesucristo nos enseña a no preocuparnos de que los demás no sepan qué cosas buenas hacemos, ni que Dios no sabe. Deberíamos hacer todo lo que podamos para hacer las cosas bien. Porque Dios observa todas las cosas, ni una sola persona o cosa en los cielos y la tierra no está bajo Sus ojos, y mucho menos nuestros pensamientos e ideas. Así como un libro dice, «Dios guarda silencio y nunca se nos ha aparecido, sin embargo, Su obra nunca se ha detenido.
Sabemos que Jesucristo fue clavado en la cruz como la ofrenda por el pecado eterno. Terminó la Era de la Ley que la humanidad necesitaba para dar sacrificios a causa de sus pecados. El trabajo de Jesucristo trajo nuevas esperanzas a aquellas personas que todavía guardaban la ley. Jesús dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14: 6).
Aunque han pasado varios miles de años después de la Crucifixión, nos trae una lección histórica profunda: aprenda a escuchar la voz de Dios. Cuando la obra de Dios no está de acuerdo con nuestras nociones, no debemos sacar una conclusión sino buscar humildemente. Tal como dijo Jesucristo, «Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. … Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.
Del mismo modo, en los últimos días, es aún más necesario aprender a escuchar su voz. Está registrado en la Biblia: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apocalipsis 2: 7). «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen;»(Juan 10:27). «Pero a medianoche se oyó un clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo.'» (Mateo 25:6).
Reflexion del evangelio de hoy
Muchas veces estamos perdidos y no conocemos la voluntad de Dios cuando nos sobrevienen algunos asuntos. Es solo que necesitamos nuestra verdadera fe en Dios. Dios prueba la verdadera fe del hombre a través de pruebas. Tome Abraham prometedor de Dios sus futuras generaciones, Dios no lo logró de inmediato según las ideas del hombre, sino que lo hizo cuando Abraham tenía 100 años, una edad en la que el hombre pensó que no podría engendrar un hijo.