En esta ocasión, Dios no viene a hacer la obra en un cuerpo espiritual, sino en uno muy ordinario, uno muy ordinario. No sólo es el cuerpo de la segunda encarnación de Dios, sino también el cuerpo en el que Él vuelve. Es una carne muy corriente. En Él, no puedes ver nada diferente de los demás, pero puedes recibir de Él las verdades que nunca antes has oído, recibir de Él las verdades que nunca antes has oído.
El reino, la ciudad de los santos, el reino de Cristo.
En el reino, la riqueza y la gloria de Dios se manifiestan.
Los relámpagos alumbran desde el Oriente hasta el Occidente.
La luz verdadera está aquí, la palabra de Dios ha aparecido en la carne.
Cuando David tenía sólo 14-15 años, cuidaba ovejas en los campos. Él era capaz de salvar el rebaño de los leones o cualquier otra bestia con sus propias manos, porque tenía a Jehová Dios como su refuerzo. Sus himnos que alababan a Jehová Dios siempre hacían eco a través de las montañas y campos. ¡La íntima relación entre él y Jehová Dios era envidiable!