“Por eso os digo: todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada” (Mateo 12:31 LBLA®).
Echemos un vistazo retrospectivo hacia la época en que el Señor Jesús obraba en Judea, aquellos principales sacerdotes, escribas y fariseos temían que los pueblos siguieran a Él causando que perdieran sus propios estatus. Por esta razón, condenaban locamente, difundían rumores e inculpaban a Jesús para impedir a los creyentes a volverse a Él, e incluso le blasfemaban que Él era el hijo del carpintero pobre, fue poseído por Belcebú y expulsaba espíritus malignos en el nombre del príncipe de los demonios. Al final, instigaron a los pueblos judíos y se confabularon con el gobierno para clavar al Señor Jesús en la cruz, cometieron un crimen atroz, toda la nación judía se vio sometida a una destrucción sin precedentes, que causaron la muerte de la nación judía durante dos mil años. De aquí, se ve que el carácter de Dios no permite ofender por nadie, y el pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable. Ahora, el Señor Jesús ha vuelto, Él es Dios Todopoderoso, el Cristo de los últimos días. Pero Sus palabras y Su nueva obra no están consistentes con nuestras nociones e imaginaciones, entonces, ¿de qué actitud debemos tomar para ser aprobados por Él? ¿Sacaremos conclusiones apresuradas como los fariseos, o guardaremos nuestra lengua y practicaremos las palabras del Señor? En la Biblia se dice: “Él que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina en ruina” (Proverbios 13:3 LBLA®). “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3 LBLA®).
Dios dice: “El regreso de Jesús es una gran salvación para aquellos que son capaces de aceptar la verdad, pero para los que son incapaces de hacerlo es una señal de condenación. Debéis elegir vuestro propio camino y no blasfemar contra el Espíritu Santo ni rechazar la verdad. No debéis ser personas ignorantes y arrogantes, sino alguien que obedece la dirección del Espíritu Santo, que anhela y busca la verdad; sólo así os beneficiaréis. Os aconsejo que andéis con cuidado por el camino de la creencia en Dios. No saquéis conclusiones apresuradas; más aún, no seáis despreocupados y descuidados en vuestra creencia en Dios. Deberíais saber que, como mínimo, los que creen en Dios deben ser humildes y reverenciales. Los que han oído la verdad pero la miran con desdén son insensatos e ignorantes. Los que han oído la verdad, pero sacan conclusiones precipitadas o la condenan a la ligera, están asediados por la arrogancia. Nadie que crea en Jesús es apto para maldecir o condenar a otros. Deberíais ser todos racionales y aceptar la verdad. Quizás, habiendo oído el camino de la verdad y leído la palabra de vida, creas que sólo una de cada 10.000 de estas palabras está en sintonía con tus convicciones y con la Biblia, y entonces deberías seguir buscando en esa diezmilésima parte de esas palabras. Sigo aconsejándote que seas humilde, no te confíes demasiado y no te exaltes mucho. Con esta exigua reverencia por Dios en tu corazón, obtendrás mayor luz. Si examinas detenidamente y contemplas repetidamente estas palabras, entenderás si son o no la verdad, y si son o no la vida. Quizás, habiendo leído sólo unas pocas frases, algunas personas condenarán ciegamente estas palabras, diciendo: “Esto no es nada más que algún esclarecimiento del Espíritu Santo”, o “Este es un falso Cristo que ha venido a engañar a la gente”. ¡Los que dicen tales cosas están cegados por la ignorancia! ¡Entiendes demasiado poco de la obra y de la sabiduría de Dios, y te aconsejo que empieces de nuevo desde cero! No debéis condenar ciegamente las palabras expresadas por Dios debido a la aparición de falsos Cristos durante los últimos días ni ser personas que blasfeman contra el Espíritu Santo, porque teméis al engaño. ¿No sería esto una gran lástima? Si, después de mucho examen, sigues creyendo que estas palabras no son la verdad, no son el camino ni la expresión de Dios, entonces serás castigado en última instancia y te quedarás sin bendiciones. Si no puedes aceptar esa verdad hablada de forma tan llana y clara, ¿no eres indigno entonces de la salvación de Dios? ¿No eres alguien sin la fortuna suficiente como para regresar ante el trono de Dios? ¡Piensa en ello! No seas imprudente e impetuoso, y no trates la creencia en Dios como un juego. Piensa en el bien de tu destino, en el bien de tus perspectivas, en el bien de tu vida, y no juegues contigo mismo. ¿Puedes aceptar estas palabras?”.
Extracto de “La Palabra manifestada en carne”
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