Es muy común ver en nuestra vida que algunas personas son de buen calibre, inteligentes y buenas, pero también arrogantes y farisaicas. Hagan lo que hagan, siempre piensan que lo hacen bien y correcto, que no están dispuestos a aceptar las sugerencias de los demás, por lo que siempre se encuentran con reveses y fracasos. Por el contrario, algunas personas no se ven tan inteligentes por fuera, ni tienen nada extraordinario, pero pueden consultar a otros modestamente y no se aferran a su propia opinión, por lo tanto, logran un buen efecto en las cosas. Por lo tanto, se puede ver que el éxito o el fracaso del hombre no radica en el calibre externo, sino que está determinado por la modestia de su corazón.
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